Operación Pandemia

Muy bueno....

No dejen de ver este video antes de que lo saquen,

No creo que lo dejen estar mucho tiempo en youtube...



Recomendación de Parral.

"Remanente Onirico"

Yuliana T. Alvarado

Estudiante de la Facultad de Artes en la Universidad Autonoma del Estado de Morelos.

Me interesa contemplar la belleza en lo perdido, en lo inusual, adentrarme en ese bunker interno de sueños viejos, jugar con la soledad y envolverme en atmosferas ingravidas, capturando texturas y fragmentos de espacios atemporales.






Lidya Lunch en el ruido contemporáneo


Por:Hermann Bellinghausen
No sólo hay una decandencia de la cultura. También hay una cultura de la decadencia. En nuestro medio literario, tan reprimido y conservador, los abismos son mal vistos, se disimulan, y nunca los acoge el canon dominante. Por ejemplo, los poetas infrarrealistas, que soplaron en los años del boom petrolero y paciano, serían un secreto olvidado sin las novelas célebres de Roberto Bolaño y sus detectives salvajes.

En Estados Unidos el abismo sí ha tenido una importancia energética y con frecuencia subversiva. Bueno, también se trata de un país donde florece una brillante narrativa del crimen. Les encanta el delito y los sicóptas, sin tranquilizadores matices tipo Robin Hood.

Pero aquí se habla de otra cosa. El paradigma del artista maldito data de la Francia decimonónica, en la evolución del romanticismo a la inmolación antes que caer en garras de la tradición. Algo de esa fiebre de opio y ajenjo infectó a ciertos modernistas porfirianos, pero siguen siendo una mancha en el mantel de lino de nuestras letras.

El individualismo romántico llegó al siglo XX y se encontró muy a gusto en la cultura estadunidense, la del individuo. Su espacio paradigmático sería Sodoma y Gomorra-Nueva York. La idealización gringa del outlaw data de la conquista del Viejo (?) Oeste y Billy the Kid. El aporte definitivo lo hicieron los beatniks. Simpáticos precursores del hip rocanrolero a partir de los años 60 y de la llamada contracultura, dieron legitimidad transgeneracional a la transgresión en nombre de la libertad, donde la desvergüenza es aportación personal de William S. Burroughs.

Y aun allí existen abismos más profundos. Es en Herbert Selby Jr. y Jerry Stahl, dos incómodos autores extremos, y no en otros más digeribles, como Charles Bukowski (a quien parodia malévolamente), en quienes reconoce sus ancestros Lydia Lunch.

El volumen autobiográfico Will Work for Drugs concluye con entrevistas de la autora a estos dos tipos de cuidado. De Selby nos dice: “Nacido en 1928 en las Badlands de Brooklyn, le plantó un nuevo tipo de culo al rostro de la literatura con su novela Última salida a Brooklyn. Publicada en 1964 y llevada al cine (Uri Edel, 1989), sigue siendo uno de los más impactantes e influyentes trabajos de la literatura estadunidense. Con cada nueva obra maestra –El cuarto, El demonio, Réquiem por un sueño (también película, casi insoportablemente cruda, de Darren Aronofsky, 2000), Canción de la nieve silenciosa y El sauce, Selby lanzó a sus lectores a tormentas emocionales, donde obsesión, violencia y locura colorean las cicatrices que testimonian lecciones de vida aprendidas a la mala”.
A Jerry Stahl agradece haberle devuelto la fe en la escritura contemporánea. Y celebra: “Su memoria Medianoche permanente detalla uno de los más espantosos e hilarantes viajes jamás publicados al interior de la degeneración y la drogadicción. Se siguió con Perverso: una historia de amor, divertido manotazo en el vientre (a expensas de su propia hombría), crónica de acobardantes escenarios de sexualidad pubescente y encuentros románticos fallidos, fracturados o simplemente jodidos”.

Lunch incluye en su personal genealogía al director teatral Ron Athey (también entrevistado), quien de niño fue un célebre freakshow explotado por su monstruosa madre, pues a través suyo hablaba Dios. La pubertad lo hundió en la depresión autodestructiva y el sadomasoquismo. Sobrevivió para crear un verdadero teatro de la crueldad, redención que nunca logró Antonin Artaud.

Estos autores entrecruzan placer y dolor, sexo y muerte. Son la estirpe literaria de Lunch, mejor conocida como intérprete musical desde los 16 años con la banda del llamado movimiento no wave Teeneage Jesus and The Jerks, hasta su disco EP con Omar Rodrígez-López (de Mars Volta) en 2008. Ha trabajado para Nick Cave and The Bad Seeds (y con Cave publicó un relato ilustrado en los años 80), Sonic Youth, los alemanes de Einstrüzende Neubaten y otros maestros del ruido contemporáneo.

Su bibliografía incluye un viejo volumen de poesía en colaboración con la diva del country punk Exene Cervenka (Adúlteras anónimas, 1982), varias historietas y cuatro obras narrativas: Amnesia, Paradoxia (comentado aquí la semana pasada), The Gun Is Loaded (2008) y Will Work for Drugs (2009).

Sin embargo, su verdadera pasión brota con elocuencia más inmediata en las decenas de canciones y monólogos que compone y vocifera desde 1976, por fuera del mainstream de la cultura y el espectáculo, pero presente, ineludible, memorable.

Sociología de la música - Simon Frith



Pongo la referencia a un texto de Simon Frith (sociólogo y critico de rock) que pese a que no es actual (publicado en ingles en 1987) es de gran ayuda para pensar una "sociología" de las músicas populares.
"Hacia una estética de la música popular" - Simon Frith.

INTRODUCCIÓN: EL "VALOR" DE LA MÚSICA POPULAR
"En la base de cualquier distinción crítica entre la música «seria» y la «popular» subyace una presunción sobre el origen del valor musical. La música seria es importante porque trasciende las fuerzas sociales; la música popular carece de valor estético porque está condicionada por ellas (porque es «útil» o «utilitaria»). Este argumento, bastante común entre los musicólogos académicos, coloca a los sociólogos en una posición incómoda. Si nos aventuramos a sugerir que el valor de, pongamos por caso, la música de Beethoven puede ser explicado a partir de las condiciones sociales que determinan su producción y su consiguiente consumo, se nos acusará de filisteos -las teorías estéticas de la música clásica siguen manteniendo un cariz decididamente a-sociológico-. La música popular, por el contrario, se considera buena sólo para hacer teoría sociológica con ella. El acierto con el que logramos explicar la consolidación del rock'n'roll o la aparición de la música disco se toman como prueba de su falta de interés estético. Relacionar música y sociedad se convierte así en un cometido distinto en función de la música con la que estemos tratando. Cuando analicemos la música seria, deberemos poner al descubierto las fuerzas sociales que se ocultan tras los discursos sobre valores «trascendentes»; al analizar el pop, deberemos tornar seriamente en consideración los valores desdeñados en los discursos sobre funciones sociales".
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La Generación Beat

Década de los cincuenta en Estados Unidos. La familia perfecta incluye al padre y cabeza de familia, un hombre que trabaja duro para comprar un buen televisor en color y el mejor vehículo para los suyos. Su mujer es una ama de casa modélica, una esposa que hace bizcochos para los nuevos vecinos y que viste rebeca sobre los hombros. La hija es la niña ideal: buena estudiante y siempre puntual a su cita con el coro de la iglesia. La american way of life vive en casas unifamiliares con el jardín limpio de malas hierbas y lo suficientemente alejada de los descendientes de aquellos esclavos que recogían algodón. La rebeldía parece cosa de risa. Pero sin embargo, a pesar de todo este bienestar social blanco, surge un hijo díscolo. Un hijo que escupe sobre la tarta de frambuesa.

El chaval no quiere ascender socialmente. Es escritor, lee a poetas franceses como Arthur Rimbaud y escribe palabras malsonantes. Escucha jazz, la música de los otros, los que viven en el país de la libertad pero sin derechos. Es blasfemo, se acuesta con chicas (y chicos) y abraza el budismo. Se droga: marihuana, bencedrina y somníferos. No trabaja y lo único que quiere es cruzar en coche el país acompañado de vagabundos y en busca de lo auténtico (sin saber qué es lo auténtico). En definitiva, es un beatnik.

Hablar de la Generación Beat, un término acuñado por un periodista, es hablar de un movimiento contracultural de carácter impulsivo. No en vano la propia palabra beat (latido, impulso) ya dice mucho de escritores como Jack Kerouac, Allen Ginsberg, William S. Burroughs, Gregory Corso o Lucien Carr. Eran literatos que querían vivir antes que morir de americana mediocridad. Y empezaron su borrador vital en la Universidad de Columbia, el lugar donde, entre otros, un joven escritor frustrado, un judío lleno de dudas y un aspirante a todo menos a los buenos hábitos se conocieron gracias a terceras personas.


Formaron un círculo literario en el que predominaba la lectura de autores franceses y lo combinaron con fiestas en las que el jazz se podía escuchar desde el barrio de al lado. Las chicas, el alcohol y las drogas, claro está, también estaban invitadas al desmadre. Una noche típica de juerga podía acabar con Jack Kerouac inconsciente en el suelo por culpa del alcohol. De hecho, así fue como durante años Kerouac finalizaría la mayoría de sus encuentros sociales. Por su parte, Ginsberg también se esforzaba en llamar la atención ya que solía berrear desnudo por el suelo poemas, insultos y en general, lo primero que se le pasara por la mente. Ya desde joven adquirió la provocadora afición de despelotarse ante noqueados desconocidos que acaban concluyendo que aquel tipo estaba chiflado. Aunque lo único que pretendía cuando se bajaba los pantalones y se quitaba los calzoncillos era dejar bien claro que él, Allen Ginsberg, se mofaba de cualquier norma social establecida.

En un rincón de la fiesta, Burroughs tomaba y pasaba bencedrina a todo aquel que se lo pidiese: prostitutas, músicos, estudiantes y chavales que se hacían llamar escritores. Así pues, el alma del festejo la formaban Kerouac, Ginsberg y Burroughs (aunque sus amigos no se quedaban atrás). Y al día siguiente, sus máquinas de escribir siempre intentaban recoger los frutos de las musas y de esa buscada (aunque no del todo impostada) excentricidad.

Jack Kerouac quizás sea el escritor más conocido gracias su obra En El Camino, la madre del cordero de la Generación Beat. La fama le llegó después de desearla durante años y después de muchas decepciones. La primera de ellas, el deporte, ya que una lesión en la pierna le impidió seguir jugando al fútbol americano en la universidad. El segundo de sus fracasos fue la Marina. De hecho, parecía claro que un tipo cómo él, tan poco dado a la disciplina, iba a durar bastante poco en un mundo donde las normas y las prohibiciones tienen tanta relevancia. Y así fue. Kerouac se hartó y mandó la marina a la porra logrando que sus superiores le expulsaran por una esquizofrenia fingida. No le costó mucho hacerse pasar por un paranoico.

Una vez liberado del uniforme, el joven Kerouac decidió dedicarse profesionalmente a la escritura. Kerouac esta vez sí, estaba seguro de su triunfo ya que la modestia nunca fue uno de sus puntos débiles y, en consecuencia, se consideraba un genio absoluto. Sin embargo, su primera novela La Ciudad y El Campo (1950) apenas tuvo repercusión y ningún crítico sintió ni escalofríos ni ningún tipo de orgasmo al leerla. Harto de que nadie lo descubriese, tomó la gran decisión de su vida cuando conoció al hiperactivo Neal Cassady y decidió cruzar con él el país.


Neal Cassady había nacido en Denver y era hijo de un barbero. A los 14 años robó su primer coche y descubrió que ésa era una de sus grandes pasiones junto con el alcohol y las mujeres. Cuando Jack Kerouac le conoció supo al instante que había encontrado a una de esas personas que te abducen en su particular torbellino. Y no hay duda de que Cassady lo hizo. Quizás no tenía tanta cultura como Kerouac, ni tampoco poseía el don de la escritura. Sin embargo, Neal tenía una energía descomunal y en lugar de escribir una novela, hizo de su vida una aventura.

Para escribir ya estaba Kerouac y, precisamente, eso fue lo que hizo en En El Camino, su segunda novela: narró sus aventuras junto a Neal a bordo de coches alquilados y carreteras polvorientas. Cassady acabaría siendo el protagonista del libro y, en consecuencia, cuando la obra se hizo famosa, acabó convirtiéndose en un símbolo para muchos jóvenes. Sin embargo, el éxito tardó en llegar básicamente porque a Kerouac le costó años que algún editor publicara un libro, su libro, en el que el esquema clásico de introducción, nudo y desenlace no existe.
Y es que cuando uno lee En El Camino constata que los cinco viajes que Kerouac nos describe bajo el apodo de Sal Paradise y en compañía de Neal (quien se esconde tras la figura de Dean Moriarty) no tienen ningún objetivo claro. Ese sin sentido suponía un grave escollo para las editoriales. Nadie quería publicar una obra en la que sus protagonistas no saben dónde van ni qué es lo que quieren (y lo cierto es que, en algunos momentos, la novela puede hacerse repetitiva).

El propio Kerouac, en muchas ocasiones, tampoco sabía qué demonios surgiría del tecleado compulsivo de sus aventuras. "Llevaba un libro para el viaje pero preferí leer el paisaje americano. El viaje en sí es el argumento", solía intentar explicar. Su proceso de escritura consistía en ir llenando rollos y rollos de papel ya que se negaba a utilizar folios "para no matar el ritmo de la novela". Tras continuas revisiones, la obra finalmente se publicó en 1957, siete años después de que Kerouac publicara su primera novela. On The Road, en la carretera, fue el acertado título original que resume a la perfección el espíritu de la obra. En España, por ese tipo de misterios que se repiten a menudo, se decidió renombrar la obra como En El Camino, tres palabras que sugieren connotaciones agrarias y rurales en lugar de asfalto y velocidad. Aunque los miles de kilómetros fueran ilógicos, ese acto absurdo de viajar por viajar supone la clave del libro. Mucho más si tenemos en cuenta que esa marcha sin trayecto final desprende por sí misma cierto halo de romanticismo literario que siempre va bien a la hora de acompañar a la figura del rebelde de turno. En consecuencia, a medida que la lectura avanza no resulta descabellado pensar que tú también quieres y puedes rebelarte cogiendo carretera y manta para dejar atrás un trabajo convencional con su horario estipulado y dedicarte, por fin, a vivir con la misma intensidad con la que Dean vive el beso de una mujer. Por otra parte, la obra también resulta interesante por las vivencias de Sal y Dean, (Kerouac y Cassady) kilómetro tras kilómetro: chicas, drogas, jazz en clubs de mala muerte, dudas existenciales, poemas musicales o decepciones como cuando los protagonistas llegan a Hollywood y se encuentran con una ciudad con los perdedores más bellos de América, estrellas de cine frustradas que trabajan en cafeterías de mala muerte. La alternativa existe y está ahí. El tercer aliciente reside en la figura de Dean Moriarty, un tipo amable, cruel, cómico y trágico. Todo a la vez, puro nervio. Aunque no está solo. Kerouac retrató en este libro a todos y cada uno de los escritores que formaron parte de ese movimiento literario. Así que En El Camino también es el retrato del particular comportamiento y estilo de vida de estos bohemios de motel. Y si Kerouac es el autor más conocido de la Generación Beat, Allen Ginsberg quizás fue el escritor más político. No en vano dio a los beats el toque reivindicativo que, por ejemplo, le faltó a Kerouac para ser un contestatario en toda regla. El autor de En El camino fue acusado de racista por ofrecer una imagen demasiado idílica y algodonera tanto de los mexicanos como de los negros en su obra más famosa. Gran parte de la crítica echó en falta que Kerouac mencionase que además de beber, reír y vivir en un mundo menos racional, esas minorías sociales también vivían en guetos y sin apenas derechos civiles. En cambio, Ginsberg sí que supo poner el dedo en la llaga y de hecho mostró su incondicional apoyo a la minoría negra durante la lucha por la consecución de sus derechos civiles y también acabó siendo una figura importante durante las protestas contra la guerra de Vietnam.


A diferencia de Kerouac y de Burroughs, Allen Ginsberg se dedicaba a la poesía tal y como también lo había hecho su admirado Arthur Rimbaud en el siglo XIX. El poeta francés era un símbolo para todos los beats. La razón es sencilla. Rimbaud, no contento con exaltar los sentidos en sus poemas, también se comportaba de manera excéntrica: bebía, fumaba marihuana, apenas se lavaba, se desnudaba en público y, para acabar de redondear su historial contrario a las buenas costumbres de la época, mantuvo una relación homosexual con el escritor Paul Verlaine. No hay que olvidar que en por aquellos tiempos la homosexualidad estaba penada en Francia. Sin embargo, Allen Ginsberg tuvo más problemas que su admirado Rimbaud a la hora de aceptar y de reconocer su homosexualidad. Su atracción por los hombres, sin embargo, no fue su único dolor de cabeza. El primero de ellos fue la esquizofrenia de su madre. Nacido en Nueva Jersey en el seno de una familia judía, la infancia de Ginsberg estuvo marcada por los problemas mentales que sufría Naomi, su progenitora. Para colmo y escándalo de todo buen americano de barras y estrellas en la puerta de casa, Naomi estaba afiliada al partido comunista americano y solía llevar a sus hijos a los mítines. Las dudas y los altibajos en el hogar acabaron por conformar una personalidad algo inestable. Y si bien Ginsberg creció admirando a poetas como William Blake y Walt Witman, también lo hizo teniendo alguna alucinación tal y como le sucedió a los 22 años. Ni más ni menos, Ginsberg creyó que William Blake en persona le estaba recitando "Ah sunflower" y otros dos poemas. Este hecho significó un punto y aparte en la vida de Ginsberg y posteriormente intentaría a través de las drogas revivir aquel éxtasis existencial. A pesar de tener una infancia complicada, el joven poeta encontró en la escritura su vía de escape. Aunque sus intereses iban mucho más allá. Uno de ellos era el budismo. Ginsberg, quien también había viajado por las carreteras americanas tal y como lo estaba haciendo Kerouac, se trasladó a mediados de la década de los cincuenta a San Francisco. Por entonces, la ciudad californiana ya tenía fama de urbe progresista y además contaba con una incipiente movida poética. Fue allí cuando Allen Ginsberg conoció a Peter Orlovsky, un joven de 21 años del que se enamoró. Atrás quedaron los intentos de Ginsberg por reconvertirse en heterosexual (aunque esto tampoco fue un obstáculo para haber sido el amante de Neal Cassady, una relación que Kerouac desaprobaba más que nada porque no era demasiado gay-friendly). La pareja empezó a leer sutras a todas horas y Ginsberg quedó francamente emocionado por esas ideas que hablaban de paz espiritual. También en San Francisco, Ginsberg se animó a realizar recitales en cafés o en otros espacios como la Six Gallery. En estos acontecimientos, Ginsberg interpretaba sus versos vitales, críticos, pero sobretodo, directos. Y lo hacía ante una audiencia que poco a poco iba creciendo. Sus influencias eran en el jazz, las drogas, la política y el budismo. Y su público eran jóvenes universitarios y bohemios. Puede que bastante gafapastas. Su recital más famoso fue uno celebrado en 1955 que se bautizó como "Six poets at the Six Gallery". O lo que es lo mismo, seis poetas de influencia beat (Ginsberg, Phil Lamantia, Michael McClure, Gary Zinder y Philip Whalen) recitando poemas en la Six Gallery. En este recital, al que acudió Kerouac, Ginsberg leyó por primera vez su célebre poema "Aullido". Y, lógicamente, estalló la locura y el escándalo. Porque una poesía que empieza diciendo "He visto los mejores cerebros de mi generación destruidos por la locura, famélicos, histéricos, desnudos arrastrándose de madrugada por las calles de los negros en busca de un colérico picotazo" tiene que dar que hablar. Ginsberg se convirtió rápidamente en la nueva gran promesa de la poesía pero, al igual que Kerouac, también tuvo problemas para editar su obra. Finalmente la pequeña editorial City Lights publicó en 1957 su obra Aullido, un libro de poemas divido entres partes. Con esta publicación, City Lights empezaría a publicar las obras de otros beats como Kerouac, William Burroughs, Lucien Carr e incluso Neal Cassady, quien también se atrevió con la escritura pero sin lograr demasiado éxito. La publicación de Aullido no supuso el fin de los problemas de Ginsberg. Al contrario, al poco tiempo de salir a la venta la obra fue acusada de obscenidad por un tribunal. Tras un largo proceso judicial en el que Ginsberg consiguió movilizar a escritores e intelectuales a favor de la libertad de expresión, la obra fue declaraba "no obscena". El ruido ya estaba hecho y los beats ya empezaban a catar la popularidad. Kerouac siguió escribiendo y publicó entre otras obras Los subterráneaos y Los vagabundos del Dahrma, una obra budista ambientada en San Francisco. Al mismo tiempo, el escritor veía como su obra En el camino se iba convirtiendo poco a poco en un referente entre los jóvenes. De hecho, muchos de ellos decidieron imitar a Kerouac y a Cassady y se lanzaron a cruzar Estados Unidos a bordo de coches alquilados. Por su parte, Ginsberg escribiría en 1961 Kaddish y otros poemas, un claro homenaje a su madre recientemente fallecida. Pero si por algo destacó Ginsberg (aparte de por ofrecerse como cobaya para un experimento a base de LSD) fue por su crítica política. El poeta estaba en todas las manifestaciones y manifiestos en contra de la guerra del Vietnam y apoyaba a Martin Luther King. Así que 1973 decidió publicar otra de sus obras imprescindibles, la crítica La caída de América. El título lo dice todo. Por entonces Ginsberg se codeaba con gente como Bob Dylan y personajes como Tom Waits, Hunter S. Thompson, Ken Kesey y Charles Bukowski reconocían la influencia de los beats en sus obras. Pero ¿qué hacía William Burroughs?

Volvamos Ginsberg. Al mismo tiempo que el poeta publicaba en 1957 Aullido, William S. Burroughs estaba pasando una temporada bastante agitada en Tánger. Lo de agitada es un eufemismo para decir que en la ciudad marroquí Burroughs se pasaba el día drogado a base de bien aunque también le quedaba algo de tiempo para escribir. Lógicamente, en semejante estado mental y físico, lo que salía de sus textos no era más que el fiel reflejo de un yonqui en plena fase autodestructiva pese a que para Burroughs la destrucción fuese su forma de vida durante al menos cincuenta años. De su período puestísimo en Tánger nació en 1959 su novela más conocida, El Almuerzo Desnudo, una obra psicotrópica, sin sentido y un auténtico reto para quien decida leérsela entera.

Años después y más recuperado, Burroughs escribió una introducción en la que comenta su particular proceso de escritura durante aquellos días en Tánger. Burroughs explica: "Desperté de La Enfermedad a los cuarenta y cinco años, sereno, cuerdo y en bastante buen estado de salud, a no ser por un hígado algo resentido y ese aspecto de llevar la carne de prestado que tienen todos los que sobreviven a La Enfermedad... La mayoría no recuerdan su delirio al detalle. Al parecer yo tomé notas detalladas sobre La Enfermedad y del delirio".

Resulta curioso observar como un hombre que había nacido en Saint Louis y en el seno de una familia acomodada (el abuelo de Burroughs había inventado una calculadora que, con las debidas modificaciones, posteriormente se convirtió en una caja registradora) decidiera vivir rodeado de drogadictos, prostitutas, pequeños delincuentes, escritores medio chalados y, en definitiva, a lado de toda una fauna que escandalizaría al más pijo entre los pijos. Pero Burroughs siempre fue diferente pese a graduarse en literatura inglesa ni más ni menos que en Harvard.

Tras que el ejército le impidiera reclutarse porque había perdido la falange de un dedo, Burroughs se estableció en Nueva York y allí fue donde conoció a Kerouac y a los demás beats. Por aquel entonces Burroughs ya tenía claro que era bisexual y que le gustaban los bajos fondos: los trapicheos, la falsificación de recetas o los pequeños hurtos eran sus compañías habituales. Cuando William se metía en algún problema, algo común, el dinero de su familia servía para rescatarle. También le gustaba escribir aunque tardó bastante tiempo en crear su carrera literaria. Su primera novela Yonqui se publicó en 1953 en parte gracias a que Allen Ginsberg le había animado para que escribiese algo. Ginsberg seguramente pensó que un tipo tan impredecible como Burroughs tendría bastantes cosas que contar.

Fue en Nueva York donde conoció a Joan Vollmer, una amiga de la primera mujer de Kerouac que, rápidamente y por influencia de un círculo social bastante narcótico, se enganchó a las anfetaminas y a Burroughs. Fueron pareja, tuvieron dos hijos y ambos se dedicaron a vivir por el lado salvaje de la vida en compañía de Kerouac, Ginsberg, Cassay & Co. Pero en una fiesta celebrada en 1951 en Mexico D.F. William S. Burroughs decidió imitar a Guillermo Tell. No está claro si fue Burroguhs quien puso un vaso sobre la cabeza de su compañera o si fue la propia Joan. Pero lo que si que está claro es que Burroughs no le dio a la diana correcta y pasó 13 días en una prisión de la capital acusado de matar a su mujer. Una vez más, el dinero de su familia compró la libertad del loco Bill quién aprovechó la ocasión para viajar hasta llegar a Tánger.

La muerte de Joan supuso el espaldarazo definitivo para que Burroughs decidiera continuar con su carrera literaria. El escritor consideró que tras la muerte de Joan lo único que podía hacer era plasmar en un papel sus experiencias. Y de ahí nacieron obras como la ya citada El Almuerzo Desnudo, El Exterminador,Las cartas de la Ayahuasca, una obra que recoge la correspondencia entre Burroughs y Ginsberg o Ciudades de la Noche Roja. En los 70, Burroughs volvió a Estados Unidos y fue entonces cuando pasó de ser un tipo marginal y se convirtió en un icono para artistas como Patti Smith, Andy Warhol, la fotógrafa Susan Sontag y o los Sex Pistols entre otros.

Más adelante, en los noventa, Kurt Cobain, por ejemplo, quiso poner música a poemas de Burroughs. Y es que Burroughs siempre fue un hombre que arrastraba tras de sí una leyenda maldita espectacular y, además, nunca dejó de hacer lo que se esperaba de Burroughs: escribir y tomar drogas. Era un punk por sistema. La Generación Beat creció en Estados Unidos y fue un referente literario, pero también en cierto modo cultural, hasta que en 1968 la Era de Acuario se apropió de muchos de los tabúes y de las ideas de Kerouac y los suyos y se encargó de eclipsar las largas carreteras estadounidenses a base de florecitas en el pelo. Los beats, sin embargo, mantuvieron en cierto modo su popularidad. Kerouac apenas la pudo disfrutar ya que murió en 1969 a causa de unas complicaciones derivadas su elevado consumo de alcohol. Ginsberg seguiría dando guerra hasta 1997. Y ese mismo año, unos meses después y quizás como última jugarreta, William S. Burroughs fue el último de los más famosos beats (a parte de los padres de Ned Flanders) en despedirse del mundanal ruido. El largo viaje a través de carreteras polvorientas, sin duda, había dado mucho de sí.

México inocente




Frente a mi está un altar con la Virgen Maria blanca, entre adornos azules, blancos y dorados, está demasiado lejos para poder verla bien, me propongo acercarme en cuanto se marche la mayoría de la gente. En la iglesia hay sólo mujeres, jovenes y viejas, pero súbitamente aparecen dos niños andrajosos sin zapatos, cargando unas cobijas, que caminan lentamente por la parte derecha de la iglesia; el mayor tiene fuertemente asido con la mano algo que está sobre la cabeza de su hermano menor. Me pregunto por qué. Los dos van descalzos, pero mientras caminan se oye un taconeo de suelas, me vuelvo a preguntar por qué Se dirigen al altar, aproximándose al ataúd de cristal de una estatua santa, caminan lenta, ansiosamente, tocando todo, volteando hacia arriba arrastrúndose meticulosamente por la iglesia, devorúndolo todo con los ojos. Al llegar al ataúd de cristal, el menor de ellos (de tres años) toca el cristal y se acerca a los pies de la estatua, vuelve a tocar el cristal y yo pienso: “estos niños entienden lo que es la muerte, están en la iglesia debajo del cielo, poseen un pasado sin comienzo y se dirigen hacia un futuro infinito, esperando la muerte, a los pies de un muerto, en un templo sagrado”.

Me asalta una visión de los dos niños y yo flotando en el gran universo infinito, sin nada arriba, nada abajo, sólo la nada Infinita y su inmensidad, los innumerables muertos que van hacia todas las partes de la existencia, adentro, en los mundos atómicos de nuestros cuerpos, o afuera en el universo de un átomo que existe dentro de una infinidad de otros átomos, y donde cada uno de ellos es en realidad una representación verbal: adentro, afuera, arriba, abajo …sólo existe el vacío, la divina majestad, y para mí y los dos niños, el silencio.

Ansiosamente los observo partir, y con gran asombro veo a una pequeña y tierna niña de 50 centímetros de altura, de un año y medio o dos, que camina contoneándose y con lentitud entre ellos, como un dócil corderito que avanza en el piso de la iglesia. Con aprehensión, el hermano mayor hace todo lo posible por no quitarle a la niña un rebozo que tiene sobre su cabeza, procurando que el hermano menor lo sostenga por la punta, y en medio de los dos, bajo el palio la Dulce Princesa camina observando la iglesia con sus grandes ojos cafés, haciendo ruido con sus tacones.

Salen y ya están jugando con otros niños. Hay muchos niños jugando en el atrio de la iglesia. Algunos parados, observan, en la parte superior de la fachada del templo, las figuras de unos ángeles de piedra gastadas por la lluvia.

Me inclino y reverencio todo, me arrodillo en el banco de entrada y salgo echando una última mirada a San Antonio de Padua. En la calle todo es perfecto otra vez, el mundo está lleno de las rosas de la felicidad, siempre, pero lo ignoramos. La felicidad consiste en entender que todo esto es un gigantesco y extraño sueño.


Kerouac, Jack.
Fragmento de México Inocente en México Inocente y otros relatos de viaje.
Ediciones del Milenio, México, 1999

Kierkegaard y la Generación Beat*

Por Javier Vilchis


Comenzaré la conferencia leyendo un párrafo que J. Kerouac, escribió en su novela En el camino subrayando su analogía con el pensamiento de Kierkegaard; dice así:

Me desperté cuando el sol se ponía rojo y fue aquel un momento inequívoco de mi vida, el más extraño momento de todos, en el que no sabía ni quién era yo mismo: estaba lejos de casa, obsesionado, cansado por el viaje, en la habitación de un hotel barato que nunca había visto antes (…) No estaba asustado, simplemente era otra persona, un extraño, y mi vida entera era una vida fantasmal. Estaba a medio camino atravesando América, en la línea divisoria entre el Este de mi juventud y el Oeste de mi futuro, y quizá por eso sucedía aquello allí y entonces, aquel extraño atardecer rojo. (Kerouac, J. 1998 :27).

Si el principal síntoma de la alienación es la perdida de la identidad, en estas frases podemos apreciar el interés de Kerouac de transmitirnos su vivencia al comunicarnos su “extrañamiento” de descubrir el olvido de sí mismo: “mi vida entera era una vida fantasmal”. El descubrimiento de la existencia como subjetividad lo describió 120 años antes Kierkegaard, cuando tenia 23 años anotó en su diario: “Se trata de comprender mi destino, de descubrir aquello que en el fondo Dios reclama de mí, de hallar una verdad que sea tal para mí, de encontrar la idea por la cual deseo vivir y morir” (Kierkegaard;1993:17). Estas palabras de Kierkegaard podrían ser interpretadas como el inicio del movimiento de la contracultura de los años de la posguerra en los Estados Unidos. En efecto, el desarrollo de la poesía Beatnik y su expresión en la música de rock y el blues representará precisamente esa conciencia infeliz, que desde la época del romanticismo ha intentado a través de la expresión artística libre y antagónica de la burguesía, rescatar ese anhelo de comunidad, trascendencia y plenitud personal que el proyecto de la modernidad no realizó.

En la América de principios de la segunda mitad del siglo XX, el triunfo de la guerra y el desarrollo de la tecnología habían logrado niveles de vida de una enorme abundancia y confort nunca antes soñados por la humanidad, y sin embargo a pesar de la opulencia aparece una nueva generación de jóvenes que tratan de ser distintos: les gusta el jazz, los viajes, no les satisface el american way of life se sienten espiritualmente vacíos y buscan algo que pueda llenar sus vidas, no creen que el estudiar y ganar dinero para vivir cómodamente sea el único sentido de la vida. Esta nueva búsqueda de sentido se inicia en una generación cuya experiencia histórica bélica inmediata les había develado la terrible violencia que podía generar la tecnología. Los poetas beats representan a la generación golpeada. Después de la terrible vivencia de dos conflictos bélicos, nace como consecuencia una generación extremadamente sensible a la violencia e intensamente solidarias con el dolor ajeno. Kierkegaard dice en su diario:

Las naturalezas excepcionales tienen naturalmente una infancia y una juventud muy desdichadas, pues el hecho de que sean esencialmente reflexivas en aquella edad nace de la mas profunda de las melancolías. Pero se verán recompensadas, pues la mayoría de los hombres no llegan a ser espíritus (Kierkegaard;1993: 207).

Esta inquietud poética nace de una necesidad subjetiva de querer expresarse para aliviar el dolor, Jack Kerouac por ejemplo que comenzó a escribir desde los ocho años, había vivido la muerte de su hermano cuando apenas tenia cuatro años
(Antología;2003:89). Otro representante:

Gregory Corso hijo de inmigrantes italianos es abandonado en el orfelinato después del divorcio de sus padres, a los doce años es condenado a encierro por robar un radio. Más tarde vive con su padre que había vuelto a contraer matrimonio, pero dos años después escapa de su casa, es capturado y vuelve a escapar, hasta que lo condenan en prisión por tres años acusado de robo. En la cárcel comienza a estudiar y escribir, impulsado por un deseo latente en él desde hacia tiempo (Antología;2003:19).

Pero todos ellos, tenían; además : el escenario de la Segunda Guerra Mundial, con todas sus atrocidades, la terrible experiencia de una guerra moderna fundamentada más en los resultados de una “razón instrumental” que en la valentía de sus soldados. La amenaza de la destrucción masiva durante la guerra fría, fue el inicio de su inspiración poética: “Quien haya sobrevivido a una guerra, cualquier tipo de guerra, sabe que ser beat no significa tanto estar muerto de cansancio cuanto tener los nervios a flor de piel; no tanto estar llenos hasta, sino más bien sentirse vacíos” (Marroquín, 1975:19). Esta inspiración se da en el rechazo a una cultura fundamentada en la ciencia y a la tecnología a la que se refiere Ginsberg en su desgarrador poema Aullido con el nombre Moloch, “Moloch cuya sangre es el dinero que corre, Moloch cuyos dedos son diez ejércitos ¡Moloch cuyo seno es un dínamo caníbal!” (Antología; 2003:55) Ginsberg rechaza una sociedad fundamentada en el poder de la tecnología y el olvido del subjetividad. Al igual que Anti–Climacus, sinónimo de Kierkegaard consideraba la superioridad de la ciencia y la tecnología como vanidad: una manera de escaparse de sí mismo y de ocultarnos nuestros verdaderos intereses; dice William Burrroughs: “Estoy definitivamente en contra la ciencia, porque constituye un complot para imponernos en vez del universo real, su universo el universo mismo de la ciencia. La máquina debe ser eliminada (Antología; 2003:14) para que pueda surgir la subjetividad. De hecho la actitud beat es enfrentarse a sí mismo sin buscar evadirse de la realidad. John Clelon Colmes considera que ser beat es como: "un estado mental en el que el ser humano se ha despojado de todo lo necesario, quedando receptivo ante la realidad circundante". Podríamos añadir, siguiendo a Kierkegaard, para vivirla como es, y no nada más para entenderla a través de sistemas lógicos, filosóficos o científicos en donde la verdad objetiva es lo importante, y en donde el individuo es diluido, como una abstracción númerica y sacrificado en función de los resultados. “Ser beat, dice Holmes, es estar en el fondo de la propia personalidad, mirando hacia arriba. Ser existencial más en el sentido de Kierkegaard que en el de Jean Paul Sarte”(Antología; 2003 :9).

El movimiento beat se distingue de la corriente existencialista atea y nihilista que estaba surgiendo en aquellos años en Paris, a través de la novelas y las obras de teatro de Albert Camus y Jean Paul Sartre cuya principal tesis era la angustia de la libertad y el absurdo de la existencia, en contraste, el movimiento beat es profundamente religioso, estamos buscando al Dios dice Keruac. Sin embargo, al igual que Kierkegaard fueron terriblemente incomprendidos porque rompen con toda la lógica de un Dios de los filósofos, no; no es un Dios de razón el que buscan, porque la razón limita y divide en sus diferentes concepciones: sólo un Dios que se identifica con el amor puede unir libremente las diferentes dogmas religiosos, solamente un Dios de amor puede unir aceptando y respetando las diferencias: solamente un Dios que se identifique con el amor puede ser garantía de una paz perpetua. La búsqueda de un Dios con estas características solamente puede darse a través de la poesía, porque si Dios no es amor entonces no nos interesa por su existencia.

Nos dice Luis Guerrero en su libro: La verdad subjetiva; que Kierkegaard se enfrentó valientemente a la Iglesia de su tiempo que había difundido un falso cristianismo superficial y poco exigente de una Iglesia triunfante, cómodamente instalada en la modernidad, que habiendo pactado con la burguesía había olvidado el autentico mensaje cristiano. Nos dice también que Kierkegaard fue victima de una crítica satírica por parte del periódico el Corsario, un periódico de su tiempo con orientación liberal (Guerrero; 2004: págs. 15 y siguientes).

También la poesía Beat fue criticada porque su mensaje poético nada tenia de académico, porque al igual que el auténtico mensaje cristiano, estaba más bien dirigido hacia los jóvenes expulsados de las universidades, presos en las cárceles, trastornados por la droga y la bebida, perseguidos por la ley y el orden. Por eso generaron escándalo y críticas hacia una poesía que era completamente nueva y distinta a lo que el público estaba acostumbrado. Esta poesía describía la realidad de los individuos marginados y generalmente se le identificaba con los vagabundos, drogadictos y mal vivientes.

Sin embargo, Jack Kerouac replicó con energía contra estas críticas:

Muy errados están los que piensan que la generación beat significa crimen, amoralidad, inmoralidad y delincuencia. Pobres los que nos atacan porque no comprenden la historia y las aspiraciones del alma. Pobres los que creen en la bomba atómica, y que es preciso odiar al padre y la madre, los que niegan el más importante de los diez mandamientos. Pobres los que no creen en la indecible ternura del amor entre un hombre y una mujer. Profetizo que la Generación Beat va a ser la generación de mayor sensibilidad de la historia de América, y por eso no podrá hacer más que el bien (Antología; 2003:13 y14).

La poesía inspirada en la vivencia de una juventud insatisfecha ante la carencia de ideales más allá del hedonismo egoísta burgués, generaron el prototipo de un adolescente cuya rebeldía representaba la negación de un mundo fundamentado en: el utilitarismo cientificista, los grandes negocios y el poder militar, ignorando por completo el destino juvenil.

Su estado de ánimo y sus irónicas valoraciones nos señalan que su principal problema esta en la raíz de un sistema social que ha olvidado su principal misión: crear las condiciones para que la persona encuentre un horizonte de realización personal más allá de valores hedonistas.

En efecto; si en la sociedad opulenta de mediados de los cincuenta había surgido el movimiento de contracultura, es porque sus valores son insuficientes para el reclamo de la voluntad humana. Kierkegaard nos explica el fenómeno subrayando que todo individuo que se instale únicamente en la inmediatez del placer de los sentidos está desesperado lo sepa o no. Sin embargo, sabía también que lo valioso de la juventud es que los jóvenes todavía tienen la suficiente receptividad para creer en los grandes ideales. Esta es la razón de la predilección de Sócrates por la juventud, pero dice Anti-Climacus: esta receptividad juvenil se pierde también con los años. No hay que olvidar que en los años sesenta se decía entre los jóvenes que no se puede confiar en una persona mayor de treinta años. Porque en efecto, el movimiento beat fue el antecedente de la contracultura de los años sesenta. Cuando aparece el rock y se convierte en poesía inspirada en la generación beat (no hay que olvidar que beat también significa el golpeteo de la batería de ahí el origen de la palabra Beatles) se produce entonces, con esta unión de rock y poesía, una formidable arma de comunicación “indirecta” para despertar la conciencia narcisista de una juventud cómodamente instalada en el confort de una sociedad burguesa. A través de la poesía transmitida a ritmo de rock, la fuerza de la palabra se transforma en interioridad subjetiva que hace surgir una pasión por la problemática existencial, una expansión de la conciencia juvenil por una falta de satisfacción y de sentido. En la música de Bob Dylan, Paul Simon, John Lennon, entre otros, se expresaron los grandes ideales que tenían como característica común el anhelo imaginario de una comunidad fraternal universal. Si la fe “es una pasión”, como dice Johannes de Silentio (Kierkegaard, 1996), sinónimo de Kierkegaard, entonces estos jóvenes realmente creían que podían cambiar el mundo. Por eso en 1968 escribieron en la Universidad de Paris: “No queremos vivir en un mundo cuya condición de no morir de hambre sea la de morir de aburrimiento, tampoco queremos vivir en un mundo en que la felicidad de los unos debe coexistir con el sufrimiento de los otros”. Es verdad que sus demandas eran imposibles, y que la realidad de un sistema económico mundial extremadamente complejo terminó pronto con el sueño, pero aún ahora a 37 años del 68 y a los 150 años de la muerte de Kierkegaard, si queremos seguir siendo jóvenes no hay que olvidar las palabras de Johannes de Silentio: “sólo el caballero de la fe triunfa sobre lo finito el caballero de la resignación es aquí un extraño un transeúnte” recordando estas palabras podemos entender ahora porqué los estudiantes del 68 escribieron también: “seamos realistas exijamos lo imposible”.

Notas:

* Conferencia impartida el 28 de abril de 2005 en el Tec de Monterrey Campus Estado de México, en el ciclo de conferencias: "La Pasión por la Existencia: 150 Aniversario de la Muerte de Sören Kierkegaard".

Referencias:

Barnatán M.R. 2003, Antología de la Generación Beat; Ed. Letras vivas, México.
Guerrero Luis, 2004, La verdad Subjetiva, Soren Kierkegaard como escritor, U.I.A.
Kerouac j. 1998, En el Camino, Anagrama, Barcelona.
Kierkegaard Soren, 1993, Diario Íntimo, Planeta.
_______________, 1996, Temor y Temblor, Ramón Llaca y Cia. México.
_______________, 1984, La enfermedad Mortal, Sarpe, Madrid.
Marroquín Enrique, 1975, La Contracultura como protesta, Joaquín Mortiz, México.
Dr. Javier Vilchis Peñalosa
Profesor-investigador del departamento de Estudios Sociales y Relaciones Internacionales del ITESM Campus Estado de México, México

DENNIS BROWN - (1970) No Man is an Island



01- JUMBO ROCK.
02- Dr. KILDARE.
03- THIS DAY.
04- SOME DAY.
05- RAMBLIN.
06- OVER THE MOUNTAIN.
07- EASTERN STANDARD TIME.
08- JUNGLE BEAT.
09- EASTERN ISLAND.
10- JAM ROCK.
11- REGGAE MUSIC MOVING.
12- TRY REACH THE TOP.
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El almuerzo desnudo de Lydia Lunch



Hermann Bellinghausen.

La han llamado reina del punk, lo cual es bastante estúpido viniendo ella del territorio punk que cimbró los años 70 con el mismo desparpajo autodestructivo, nicotina, alcohol, cocaína y pastillas de cualquier epítome (figura que consiste, después de dichas muchas palabras, en repetir las primeras para mayor claridad, según la Real Academia) de la calaña Syd Vicious, pero salvada curiosamente por el sexo: ‘The more they kill, the more I fuck’.

De la desventaja originaria de su condición de mujer, que determinó su desdichada infancia en los arroyos del white trash americano, Lydia obtuvo un arma de defensa personal y desmadre colectivo antes y después del sida.

Cantante hipnótica y desgarradora de sus propios verbos, performancera continua, agitadora sin causa, promotora del cine de la transgresión y con el tiempo, espléndida prosista. Además de una decena de discos, incontables videoclips, filmes prohibidos y una trayectoria en la rítmica del spoken word, posee ya cuatro libros sobre sí misma y su circunstancia con una rabia aún mayor, pero menos egocéntrica que las de Jack Kerouac, Henry Miller y Walt Whitman. Aunque los comentaristas, con razón, mejor la asocian con William S. Bourroughs.

Salvación y no, el coño y las tetas la pusieron pronto en el terreno de la explotación y el abuso. Esto la hace distinta de los cuatro caballeros mencionados, criados todos como niños mimados. Sin el privilegio de ser hombre, ella viene de las cloacas.

Su imagen escencial: Lydia recostada, desnuda, fuma empuñando un revólver enorme. En un mundo dominado por el miembro viril, ella encontró la forma de gobernar las vergas (y meterse en serios problemas).

Hija única de padres separados, aún prepúber y preLolita era usada por su madre como gancho para atraerse novios, hasta que la niña le reventó una botella de Heineken en la cabeza al primero que le metió mano y pretendía meterle otra cosa. La mamá se deshizo de ella al otro día, dejándola con el padre jugador, bebedor y desempleado patán de suburbio.

En una mala noche de canasta, el señor Lunch había perdido hasta el coche (lo último que pierde un macho americano) y apostó la virginidad de su hija con sus compinches. Ella de por sí hacía de mesera en las parrandas y partidas de su padre. Mi brasier todavía no se llenaba de nada, recuerda. Con rabia extraordinaria, Lydia los describe uno por uno, con nombre y estatus familiar. Aquellos seres patéticos. Animado, ayudado por los demás borrachos, el ganador, de origen italiano, con varios hijos y fama de mal sexo (su propia esposa propalaba episodios de su miembro guango), arrancó a esa florecita (así, sin ironía) el último rincón de inocencia que conservaba (Will Work For Drugs, Akahasic Books, Nueva York, 2009).

Ni sarcasmo ni cinismo en los relatos de Lunch, mero realismo visceral. Se guía por George Orwell: En tiempos de engaño, decir la verdad es revolucionario. En principio apolítica, más identificada con los márgenes, los bajos fondos y las víctimas, esa gente brutal y doliente, perseguida por la ley, devino tan desafiante que terminó por ser radical, rebelde y atea, como está escrito en la médula del punk. Brian Eno la tuvo en 1978 para el histórico disco No New York. Por algo ha interesado como asociada o intérprete a Nick Cave, Tom Waits y gente todavía más sospechosa.

Redonda y encantadora, Lydia llega sana y salva a los 50 años casi de milagro. Dedicó la vida a descuidarla. Puede al fin hablar con naturalidad y risa de lo que piensa de la familia, la religión, la guerra, la institución maternal, la mentira, la violencia masculina poblada de bestias, y también de los jovenes y jovencitas que han conmovido su camino. Estas contigüidades la hicieron inquietante retratista de parejas malditas, adolescentes de belleza desesperada, escenificaciones sadomasoquistas, violencia callejera.

Dispuesta a tirarse al hombre o la mujer que le vinera en gana, Lydia Lunch avanzó viendo a la muerte a la cara. Nunca cayó presa, y eso que protagonizó decenas de episodios policiacos, redadas y apañones en posesión o cercanía de armas y sustancias prohibidas, realizando prácticas indecentes, anarqueando. Siempre se las arregló para sacarles fotos a los tiras, que le posaban. Los entretenía tanto que acababan escoltándola en aeropuertos, terminales o precintos. Después los chantajeaba con las fotos por el gusto de espantarlos.

De eso habla, con prosa fluyente y el impudor que dan la edad y alguna sabiduría de chica mala, carne de clínica y presidio, ícono de la contracultura del fin de siglo, narradora emocionante y vengadora: El placer es la única verdadera rebelión.

Literariamente le gusta vincularse a Antonin Arataud y Jean Genet. Con la voz desmayada de una Nico naca y la dureza de gañote de P J Harvey confiesa: ‘I always wanted life to be naked’ (Siempre he querido la vida desnuda).

Diputados y pendejos.

Los Cañeros Del Zacatepec

Henry David Thoreau

Blek le rat

Banksy

Jean Saudek

Don Jack Kerouac

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Fotografías de Rotten Apple

Rubén Olivares "El Púas"

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