Entrevista con Billy Wilder en el semanario alemán Der Spiegel

Quiero compartir la siguiente entrevista de uno de mis cineastas favoritos el cual me dejó estupefacto con su película: - Avanti! (¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre? 1972)-. Sin más preámbulo...

ENTREVISTA:

Sr. Wilder, ¿tuvo Vd. en Hollywood nostalgia del Berlín que tuvo que abandonar en 1933?

Sí, varias veces.


¿En qué pensaba Vd. en aquellas horas?

En una o dos muchachas, probablemente.

¿Sólo dos?

Eran aquéllas de quienes me había enamorado, las otras eran secundarias.

¿Estaba Marlene Dietrich entre las que llegó a conocer en Berlin?

Ella fue una de las pocas con las que no tuve ninguna relación porque debía concentrarme en la película. Además Marlene escogía la mayoría de las veces hombres que estaban enfermos. Era un tipo maternal, una enfermera que preparaba sopa. Ella fue una Madre Teresa de Calcuta con mejores piernas.

¿Se lo dijo alguna vez?

No, nunca. Ella cocinó varias veces para mí. Era capaz de preparar una magnífica Pilzsuppe (una sopa de setas). Tras mi boda todo cambió, pues a mi mujer no le gustaba Marlene. Un día llamaron a nuestra puerta y Marlene le entregó a mi mujer un termo. Cuando le pregunté qué había para comer, me dijo: "Pilzsuppe de Marlene". Después vertió la sopa del termo y daba para una taza, para mí solo. Eso nunca lo olvidó.

Pese a su indignación contra los alemanes nazis, Marlene Dietrich no se hizo enterrar finalmente en el exilio parisino, sino en Berlín. ¿Puede entender esa decisión?

Aparentemente era el regreso a la raíces. Lo puedo entender. De esta manera, siendo enterrada en Alemania, ella recibía mayor atención.

Con otras palabras: ella fue actriz hasta la muerte.

Naturalmente. Ya no era: "¡Arriba el telón!", sino: "¡Abajo el telón!". En Berlín miles de personas visitaron su tumba, ¿cuántas hubiesen acudido en el parisino "Père Lachaise"?

Cuando Vd. recuerda sus primeros años en Berlín, en 1926, ¿qué es lo primero que se le viene a la memoria?

Las torres desde donde los policías dirigían el tráfico. Eran una cosa enorme, y después los semáforos con luces verdes y rojas. Yo no lo conocía. Comparada con Viena, Berlín era una ciudad enorme. Berlín era como Nueva York. Ésa era la ciudad (en el texto original de Spiegel de 1996 aparece "die" en cursiva).

Billy, de 20 años de edad por aquel entonces, tuvo que vivir en la pobreza: "La lengua amarga, las piernas pesadas como el plomo, el estómago duele por estar vacío, y los nervios están destrozados", escribió Vd. en 1929 en el Berliner Zeitung am Mittag. "Me va muy mal. Hoy dormiré en la sala de espera del tren".

Fue un tiempo muy pobre, pero muy bello. De alquiler aquí y allá, y más de una vez dejé atrás mi ropa por no poder pagar la última cuenta.

"Mis pantalones sin planchar, mal afeitado, el cuello de la camisa grasiento, los puños de la camisa vueltos ... Tras cada golpe de puerta el rostro venenoso de la casera, chillando y con la cuenta entre los dedos". El periodista Wilder sólo tenía una opción: llegó a ser Eintänzer*, gigoló. (Eintänzer era el empleado de las salas de baile encargado de sacar a bailar a las damas).

No era el mejor bailarín, pero tuve los mejores diálogos con las damas. Alguna vez me trabajé una propina. Le conté a una dama lo mucho que se desgastaban los zapatos en mi profesión y que debía comprarme un par nuevo cada dos o tres semanas. Al día siguiente, al llegar al trabajo, el portero tenía un paquete para mí: toda una caja de cartón con zapatos del marido de la dama. Demasiado grandes, por supesto. Este tiempo como Eintänzer casi lo había olvidado, pero un editor berlinés ha reunido hace poco mis reportajes en un libro y así he podido recordar de nuevo algunos detalles. Trabajar de Eintänzer ya era muy cómico, además debía llevar frac o smoking por la tarde, y sólo tenía una camisa. No la lavaba, sino que la limpiaba con goma de borrar. Mi segunda patria fue el Romische Café. Un café de encuentro de literatos y artistas cerca de la Gedächtnis-Kirche.

Los alemanes cometieron un gran error con la reconstrucción al no reconstruir el Romische Café. Poseía significado cultural.

"Los cafés tienen algo de la esencia de los violines bien tocados", escribió Vd. en el periódico: "(He omitido traducir "geben Resonanz: producen resonancia, porque "mitschwingen" es lo mismo, más o menos) Resuenan y prestan un timbre especial. El vocerío durante años de los clientes ha depositado de forma especial sus fibras y átomos, y de forma maravillosa vibra la viguería, el revestimiento de madera e, incluso, el mobiliario vibra según el ritmo de la existencia de los visitantes... El milagro molecular, que aquí tienen lugar, el fenómeno de la animación metafísica de estos locales a través de la irradiación de sus visitantes está pendiente de la investigación científica".

¡Eso es mejor de los que yo podría escribir hoy! Recuerdo todavía el tiempo en que era periodista de la edición de noche del Berliner Zeitung (B.Z.). Entonces era amigo de Erich Maria Remarque. Comíamos juntos dos o tres veces por semana en el Jädicke, el inventor del Baumkuchen (un tipo específico de tarta de pisos, recubierta de chocolate).

Un día vino Remarque al local y me dijo: "Acabo de rescindir el contrato con Ullstein. Ya no trabajo." -"Estás loco. ¿Por qué lo haces? Tienes el mejor puesto entre los periodistas alemanes, miles de mars al mes, y encima las chicas más bonitas." -"Mi mujer insiste en que termine mi novela" -"¿Qué clase de novela?" -"Una sobre la Guerra Mundial." -"¿Guerra Mundial? ¿Quién se ocupa de la Guerra Mundial? Eso es idiota. Debes regresar a la oficina y retirar la rescisión del contrato."

Casi obligo a Remarque a continuar como periodista y no escribir su "estúpida" novela Sin novedad en el frente.

El Berliner Tageszeitung (taz=Tageszeitung) ha escrito hace poco: "Uno se pregunta qué hubiera sido de Wilder sin los nazis y sin el cine."

Me hubiese quedado como periodista, naturalmente. Quizá tendría hoy un puesto mejor que entonces, cuando iba por Viena en bicicleta, a investigar las noticias, para tocar el timbre, a las cinco de la mañana, de una madre llorosa cuyo hijo acababa de convertirse en asesino. Era terrible. Esas cosas eran muy penosas. Eso en Berlín lo hice mejor.

El 9 de diciembre de 1927 escribió en un periódico: "El niño que hoy cumple años -"Geburtstagkind" tiene un sentido a menudo burlón, irónico y, en este caso, como veréis, no hay duda al respecto- que hoy ha alterado al Moabit (barrio berlinés [2]), sobre quien giran todas las conversaciones, a quien llevan flores a la habitación, pequeños regalos de todo corazón, está acostado en un lecho blanco como la nieve, sonríe su boca sin dientes, todas las miradas de sus pequeños ojos, enrojecidos pero despiertos, tocan y eximinan al intruso, como si quisieran decir: 'me alegro de que te alegres de que yo cumpla 100 años'". (En este párrafo Wilder nos hace creer que se trata de un bebé recién nacido, y al final nos revela otra de sus ya célebres fantasías sobre su muerte.)

No está mal, está muy bien, ¿o no? Yo pensaba realmente que llegaría a ser un guionista conocido y bien pagado. Así quería terminar mi vida, como escritor, pero después me decepcionó el trabajo de los directores, que no leían los guiones con precisión y los trasladaban al film de forma equivocada. Por eso me hice director. Sin embargo, yo todavía creo que en el fondo soy escritor.

¿Podemos esperar una primera novela suya?

Yo ya he escrito mis recuerdos, con Karasek [Karasek]. ¿Todavía debo escribir ahora, a los 90 años?
¿Por qué no, si le divierte?

No, no me gusta revolver en mis viejos guiones, que están aquí, en la estantería. Incluso mis viejas películas las veo de mala gana. Sólo me interesa el futuro. El pasado, para bien o para mal, no juega ningún papel para mí. En mi casa no hay vídeos de mis películas. Sólo me interesa el mañana, no el hoy o el ayer.

La nueva generación, la de hoy y de ayer, quisiera saber de todos modos si Vd. experimentó alivio o tristeza cuando huyó en 1933 desde Berlín a París.

He amado Berlín mucho, mucho. Sabía que, en efecto, mi vida cambiaría. A continuación dirigí mi mirada hacia el Oeste, hacia Hollywood. Entretanto, mi profesión había llegado a ser la de guionista.

¿Se ha sentido alguna vez austríaco?

No, nunca. Era un hombre de mundo, por favor, déle el sentido a esta palabra con una sonrisa -traducción un poco perifrástica, en vez de "interprételo o entiéndalo con una sonrisa"-, uno no debe tomárselo tan en serio. Yo tenía gran simpatía por Berlín. Había entonces esta musiquilla de Friedrich Hollander sobre los austríacos: "Traed raticidas, traed raticidas". Me sentía algo ofendido por la letra, pero alguna vez pensé que tenían razón.

¿Cuándo fue consciente de que cada día que pasaba en Alemania podía ser su condena a muerte?

Tras el incendio del Reichstag, me marché de Berlín. Lo vendí todo, muebles de la Bauhaus, de Mies van der Rohe, de Gropius, mi Cabriolet americano, marca Graham-Paige. Naturalmente, me engañaron en la venta. La gente sabía que estaba en un momento difícil.

¿Se podía sospechar entonces la dimensión de la catástrofe de dimensión histórica que amenazaba en el horizonte?

Nunca supe que pudiera llegar a ser tan terrible. De lo contrario, habría hecho algo por salvar a mi madre, a mi padrastro y a mi abuela ...

... que fueron asesinados en Auschwitz.

Nadie en los Estados Unidos tenía noticias de los hornos (crematorios), se suponía, y tampoco los alemanes. Y Chamberlain quiso saber de Hitler: "¿Qué quiere Vd.?" -"Los Sudetes", dijo Hitler. -"Sí, naturalmente, los Sudetes. Se los damos". Eso fue el principio del fin.

Poco antes de la huida, así lo ha contado alguna vez, Vd. podría haber entrado en la Historia.

Sí, en el Palacio de la Ufa, Hitler se sentó a algunos palcos de distancia de mí, en el estreno de un film alemán, pero yo no tenía ni armas ni valor para un atentado.

¿Ha leído Vd. Mi lucha?

Muy poco. No está bien escrito. Uno se da cuenta pronto de que Hitler era un idiota olvidadizo. En su grueso libro enseña a los alemanes durante páginas que no se deben repetir los errores de la primera Guerra Mundial y que no deben hacer una guerra de dos frentes. ¿Y qué hizo él, el antiguo cabo?

Doce años tras la huida vuelve a Berlín, como miembro de la "Information Control Division" de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos. Su tarea consistía en vigilar que los ex nazis no participaran en nuevas películas alemanas.

Tuvimos que esperar en Hesse antes de entrar en servicio en Berlín, hasta que los rusos lo robasen y deshonrasen todo en Berlín. ¿Mi primer encuentro con Berlín? Terrible. Un montón de escombros. Inolvidable.

¿Todavía pudo encontrar a conocidos de los buenos tiempos?

Increíble lo que allí tuvo lugar: los arios me saludaban como vencedor. Cada alemán que me encontraba había escondido en el desván a 3 judíos. 3 por 80 millones de alemanes, eso hace 240 millones de judíos. Todos eran personas maravillosas.

¿Experimentó odio hacia los alemanes?

Naturalmente la tragedia me conmovió y afectó, sólo que uno debe guardarse de las generalizaciones. Siempre he intentado explicar a los norteamericanos que semejante evolución también hubiera sido posible allí, aun cuando no con esa brutalidad.

En sus primeros encuentros con los alemanes en Berlín, ¿percibió sentimientos de culpa y vergüenza?

Me acuerdo de un actor homosexual al que llamaba "Hubsi", Hubert von Meyerinck. Nunca presumió de ello, pero en la Noche de los cristales rotos corrió hacia la Kurfürstendamm y gritó: "Quien entre vosotros sea judío, ¡que me siga!". Ocultó a la gente en su casa. Sí, hubo gente decente en cuyas palabras se podía confiar, que era difícir ser opositor en aquellos tiempos. Hombres como Meyerinck era magníficos, maravillosos.

En 1945 escribió desde Berlín, en una carta a un amigo de los Estados Unidos sobre los alemanes: "Si uno ve esta inimaginable devastación, esta derrota total que acaban de sufrir, no puedo creer que en los próximos cien años sean capaces de emprender algo".

A mi regreso a Berlín, en 1945, filmé los destrozos desde el avión, todo había desaparecido, todo era escombros, también la Gedächtnis-Kirche. Pensé que ahí no quedaba nada. Y después vi a las mujeres, en largas colas, arrastrar los ladrillos. Here we go again. Increíble, han construido como locos. Malo y maravilloso a la vez, (estilo) Bauhaus y gótico a la vez, sin planificar.

El 13 de agosto de 1961 estaba rodando de nuevo casualmente en Berlín. De nuevo rodaron los panzer. Aquí los rusos, allí los norteamericanos: construcción del muro. ¿Sintió de nuevo miedo, como en 1933?

Sí, un poco. Rodábamos Tres, dos, uno en la Puerta de Brandenburgo. Cuando me acercaba a la Puerta de Brandenburgo, frente a la Pariser Platz, y un teniente de la Alemania del Este me preguntaba: "¿Qué pasa aquí?", se dirigían las armas de sus soldados hacia mí. Entonces supe qué pasaba.

Y se dijo: "It's time to leave", una vez más despedida de Berlín.

Las siguientes escenas las rodamos en los muniqueses estudios Bavaria. Habíamos filmado ante una reproducción de la Puerta de Brandenburgo.

¿Alguna vez ha pensado volver a vivir en Berlín?

No, no. El primer día tras mi llegada a Hollywood juré trabajar y morir allí. De visita sí, pero vivir no. Yo he leído los extensos y muy bueno artículos de Rudolf Augstein en Der Spiegel sobre la Wehrmacht y naturalmente he visto las fotos de los soldados con pistolas y armas...

... que ejecutaron a los judíos.

¿Es la prueba de que la Wehrmacht tuvo que ver con el Holocausto o no?

¿Planea volver a Berlín?

Naturalmente. Volveré a cada lugar otra vez, aunque el antisemitismo existe y existirá siempre. Entonces pienso en una historia: "Dos fugitivos judíos se encuentran en Nueva York, y uno pregunta: "¿Cómo te va, Harry?"_"Bien, realmente bien".-"Mi pregunta era si eres feliz".-"I am happy, but not glücklich".

Señor Wilder, le agradecemos esta conversación.

Las mejores 10 peículas de Billy Wilder son:
1. El acorazado Potemkin (Sergei Eisenstein) (1925)
2. Avaricia (Erich von Stroheim) (1923)
3. Varieté (Charles Dupont) (1925)
4. La quimera del oro (Charles Chaplin) (1924)
5. Y el mundo marcha (King Vidor) (1928)
6. La gran ilusión (Jean Renoir) (1937)
7. El delator (John Ford) (1935)
8. Ninotchka (Ernst Lubitsch) (1939)
9. Los mejores años de nuestra vida (William Wyler) (1946)
10. El ladrón de bicicletas (Vittorio de Sica) (1948)
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