Quim Monzó
Al principio, los grafiteros empezaron con los tags, esas firmas a lo hip-hop, con sus seudónimos. Gregarios, hoy todos los tags del mundo se parecen, calcados los unos de los otros a partir de los estadounidenses. Ante tanto rebaño, los grafiteros que han destacado a lo largo de las décadas son precisamente los que se desmarcan. El primer caso sonado fue el de Keith Haring. Sus dibujos con rotulador o con tiza, siempre en el metro de Nueva York, eran simples y figurativos. El bebé radiante, y las demás figuras humanas o caninas, regordetas, lo llevaron a la fama mundial. Tras Haring, los mejores son el francés Blek le Rat y el británico Banksy, un artista que, como todo grafitero, juega con una personalidad fantasma, porque pintar edificios está castigado, en principio. Lo bueno de Banksy y de Blek le Rat es que son grandísimos dibujantes. No se limitan a emporcar las paredes con sus seudónimos ególatras y quillos. Las pinturas de Banksy son inteligentes, irónicas, y muy bien hechas. Como debe ser, tiene un montón de denuncias pendientes, pero la gente adora tanto sus monigotes que en ocasiones fuerza a los ayuntamientos a no borrarlas.
La noticia, ahora, es que en Australia, en Melbourne, los obreros encargados de la limpieza dieron una capa de pintura a un grafiti que Banksy pintó hace años sobre un muro de un edificio municipal. Los obreros cumplían con su deber: les dijeron que tenían que limpiar la calle y así lo hicieron. Probablemente no tenían ni idea de quién es Banksy. De modo que ahora el Ayuntamiento intentará quitar la capa de pintura con la que lo cubrieron y proteger el grafiti con una capa de polimetilmetacrilato transparente, como hicieron hace años con otro de Banksy que otro grafitero repintó a su manera. Es una situación fantástica. Los grafitis son una plaga, pero si el grafitero que los pinta tiene consideración internacional, las autoridades (que persiguen a los otros), a este lo protegen. ¿La pompa del arte engulle a los rebeldes?
En 1969, con motivo de la exposición Miró, l'altre, Miró hizo una gran pintada en las cristaleras del Col·legi d'Arquitectes, en la plaza Nova de Barcelona. Cuando llegó el momento de cerrar la exposición, ya había surgido la polémica. ¿Había que conservar aquellos cristales, ya de valor incalculable al haber sido santificados por Miró? Ni corto ni perezoso, para acabar con la polémica Miró en persona empezó a limpiarlos con una espátula, tras lo que llegaron las mujeres de la limpieza, con mochos y cubos. Nacido más de ochenta años después de Miró, ¿será Banksy más conservador que él? ¿No debería aprovechar la circunstancia para, poniéndose ahora del lado de los obreros del Ayuntamiento de Melbourne, cubrir él mismo su grafiti y denunciar así la sacralización a la que lo están sometiendo? ¿O ya le va bien?
Jazzlandia :21/11/2024
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