La Generación Beat

Década de los cincuenta en Estados Unidos. La familia perfecta incluye al padre y cabeza de familia, un hombre que trabaja duro para comprar un buen televisor en color y el mejor vehículo para los suyos. Su mujer es una ama de casa modélica, una esposa que hace bizcochos para los nuevos vecinos y que viste rebeca sobre los hombros. La hija es la niña ideal: buena estudiante y siempre puntual a su cita con el coro de la iglesia. La american way of life vive en casas unifamiliares con el jardín limpio de malas hierbas y lo suficientemente alejada de los descendientes de aquellos esclavos que recogían algodón. La rebeldía parece cosa de risa. Pero sin embargo, a pesar de todo este bienestar social blanco, surge un hijo díscolo. Un hijo que escupe sobre la tarta de frambuesa.

El chaval no quiere ascender socialmente. Es escritor, lee a poetas franceses como Arthur Rimbaud y escribe palabras malsonantes. Escucha jazz, la música de los otros, los que viven en el país de la libertad pero sin derechos. Es blasfemo, se acuesta con chicas (y chicos) y abraza el budismo. Se droga: marihuana, bencedrina y somníferos. No trabaja y lo único que quiere es cruzar en coche el país acompañado de vagabundos y en busca de lo auténtico (sin saber qué es lo auténtico). En definitiva, es un beatnik.

Hablar de la Generación Beat, un término acuñado por un periodista, es hablar de un movimiento contracultural de carácter impulsivo. No en vano la propia palabra beat (latido, impulso) ya dice mucho de escritores como Jack Kerouac, Allen Ginsberg, William S. Burroughs, Gregory Corso o Lucien Carr. Eran literatos que querían vivir antes que morir de americana mediocridad. Y empezaron su borrador vital en la Universidad de Columbia, el lugar donde, entre otros, un joven escritor frustrado, un judío lleno de dudas y un aspirante a todo menos a los buenos hábitos se conocieron gracias a terceras personas.


Formaron un círculo literario en el que predominaba la lectura de autores franceses y lo combinaron con fiestas en las que el jazz se podía escuchar desde el barrio de al lado. Las chicas, el alcohol y las drogas, claro está, también estaban invitadas al desmadre. Una noche típica de juerga podía acabar con Jack Kerouac inconsciente en el suelo por culpa del alcohol. De hecho, así fue como durante años Kerouac finalizaría la mayoría de sus encuentros sociales. Por su parte, Ginsberg también se esforzaba en llamar la atención ya que solía berrear desnudo por el suelo poemas, insultos y en general, lo primero que se le pasara por la mente. Ya desde joven adquirió la provocadora afición de despelotarse ante noqueados desconocidos que acaban concluyendo que aquel tipo estaba chiflado. Aunque lo único que pretendía cuando se bajaba los pantalones y se quitaba los calzoncillos era dejar bien claro que él, Allen Ginsberg, se mofaba de cualquier norma social establecida.

En un rincón de la fiesta, Burroughs tomaba y pasaba bencedrina a todo aquel que se lo pidiese: prostitutas, músicos, estudiantes y chavales que se hacían llamar escritores. Así pues, el alma del festejo la formaban Kerouac, Ginsberg y Burroughs (aunque sus amigos no se quedaban atrás). Y al día siguiente, sus máquinas de escribir siempre intentaban recoger los frutos de las musas y de esa buscada (aunque no del todo impostada) excentricidad.

Jack Kerouac quizás sea el escritor más conocido gracias su obra En El Camino, la madre del cordero de la Generación Beat. La fama le llegó después de desearla durante años y después de muchas decepciones. La primera de ellas, el deporte, ya que una lesión en la pierna le impidió seguir jugando al fútbol americano en la universidad. El segundo de sus fracasos fue la Marina. De hecho, parecía claro que un tipo cómo él, tan poco dado a la disciplina, iba a durar bastante poco en un mundo donde las normas y las prohibiciones tienen tanta relevancia. Y así fue. Kerouac se hartó y mandó la marina a la porra logrando que sus superiores le expulsaran por una esquizofrenia fingida. No le costó mucho hacerse pasar por un paranoico.

Una vez liberado del uniforme, el joven Kerouac decidió dedicarse profesionalmente a la escritura. Kerouac esta vez sí, estaba seguro de su triunfo ya que la modestia nunca fue uno de sus puntos débiles y, en consecuencia, se consideraba un genio absoluto. Sin embargo, su primera novela La Ciudad y El Campo (1950) apenas tuvo repercusión y ningún crítico sintió ni escalofríos ni ningún tipo de orgasmo al leerla. Harto de que nadie lo descubriese, tomó la gran decisión de su vida cuando conoció al hiperactivo Neal Cassady y decidió cruzar con él el país.


Neal Cassady había nacido en Denver y era hijo de un barbero. A los 14 años robó su primer coche y descubrió que ésa era una de sus grandes pasiones junto con el alcohol y las mujeres. Cuando Jack Kerouac le conoció supo al instante que había encontrado a una de esas personas que te abducen en su particular torbellino. Y no hay duda de que Cassady lo hizo. Quizás no tenía tanta cultura como Kerouac, ni tampoco poseía el don de la escritura. Sin embargo, Neal tenía una energía descomunal y en lugar de escribir una novela, hizo de su vida una aventura.

Para escribir ya estaba Kerouac y, precisamente, eso fue lo que hizo en En El Camino, su segunda novela: narró sus aventuras junto a Neal a bordo de coches alquilados y carreteras polvorientas. Cassady acabaría siendo el protagonista del libro y, en consecuencia, cuando la obra se hizo famosa, acabó convirtiéndose en un símbolo para muchos jóvenes. Sin embargo, el éxito tardó en llegar básicamente porque a Kerouac le costó años que algún editor publicara un libro, su libro, en el que el esquema clásico de introducción, nudo y desenlace no existe.
Y es que cuando uno lee En El Camino constata que los cinco viajes que Kerouac nos describe bajo el apodo de Sal Paradise y en compañía de Neal (quien se esconde tras la figura de Dean Moriarty) no tienen ningún objetivo claro. Ese sin sentido suponía un grave escollo para las editoriales. Nadie quería publicar una obra en la que sus protagonistas no saben dónde van ni qué es lo que quieren (y lo cierto es que, en algunos momentos, la novela puede hacerse repetitiva).

El propio Kerouac, en muchas ocasiones, tampoco sabía qué demonios surgiría del tecleado compulsivo de sus aventuras. "Llevaba un libro para el viaje pero preferí leer el paisaje americano. El viaje en sí es el argumento", solía intentar explicar. Su proceso de escritura consistía en ir llenando rollos y rollos de papel ya que se negaba a utilizar folios "para no matar el ritmo de la novela". Tras continuas revisiones, la obra finalmente se publicó en 1957, siete años después de que Kerouac publicara su primera novela. On The Road, en la carretera, fue el acertado título original que resume a la perfección el espíritu de la obra. En España, por ese tipo de misterios que se repiten a menudo, se decidió renombrar la obra como En El Camino, tres palabras que sugieren connotaciones agrarias y rurales en lugar de asfalto y velocidad. Aunque los miles de kilómetros fueran ilógicos, ese acto absurdo de viajar por viajar supone la clave del libro. Mucho más si tenemos en cuenta que esa marcha sin trayecto final desprende por sí misma cierto halo de romanticismo literario que siempre va bien a la hora de acompañar a la figura del rebelde de turno. En consecuencia, a medida que la lectura avanza no resulta descabellado pensar que tú también quieres y puedes rebelarte cogiendo carretera y manta para dejar atrás un trabajo convencional con su horario estipulado y dedicarte, por fin, a vivir con la misma intensidad con la que Dean vive el beso de una mujer. Por otra parte, la obra también resulta interesante por las vivencias de Sal y Dean, (Kerouac y Cassady) kilómetro tras kilómetro: chicas, drogas, jazz en clubs de mala muerte, dudas existenciales, poemas musicales o decepciones como cuando los protagonistas llegan a Hollywood y se encuentran con una ciudad con los perdedores más bellos de América, estrellas de cine frustradas que trabajan en cafeterías de mala muerte. La alternativa existe y está ahí. El tercer aliciente reside en la figura de Dean Moriarty, un tipo amable, cruel, cómico y trágico. Todo a la vez, puro nervio. Aunque no está solo. Kerouac retrató en este libro a todos y cada uno de los escritores que formaron parte de ese movimiento literario. Así que En El Camino también es el retrato del particular comportamiento y estilo de vida de estos bohemios de motel. Y si Kerouac es el autor más conocido de la Generación Beat, Allen Ginsberg quizás fue el escritor más político. No en vano dio a los beats el toque reivindicativo que, por ejemplo, le faltó a Kerouac para ser un contestatario en toda regla. El autor de En El camino fue acusado de racista por ofrecer una imagen demasiado idílica y algodonera tanto de los mexicanos como de los negros en su obra más famosa. Gran parte de la crítica echó en falta que Kerouac mencionase que además de beber, reír y vivir en un mundo menos racional, esas minorías sociales también vivían en guetos y sin apenas derechos civiles. En cambio, Ginsberg sí que supo poner el dedo en la llaga y de hecho mostró su incondicional apoyo a la minoría negra durante la lucha por la consecución de sus derechos civiles y también acabó siendo una figura importante durante las protestas contra la guerra de Vietnam.


A diferencia de Kerouac y de Burroughs, Allen Ginsberg se dedicaba a la poesía tal y como también lo había hecho su admirado Arthur Rimbaud en el siglo XIX. El poeta francés era un símbolo para todos los beats. La razón es sencilla. Rimbaud, no contento con exaltar los sentidos en sus poemas, también se comportaba de manera excéntrica: bebía, fumaba marihuana, apenas se lavaba, se desnudaba en público y, para acabar de redondear su historial contrario a las buenas costumbres de la época, mantuvo una relación homosexual con el escritor Paul Verlaine. No hay que olvidar que en por aquellos tiempos la homosexualidad estaba penada en Francia. Sin embargo, Allen Ginsberg tuvo más problemas que su admirado Rimbaud a la hora de aceptar y de reconocer su homosexualidad. Su atracción por los hombres, sin embargo, no fue su único dolor de cabeza. El primero de ellos fue la esquizofrenia de su madre. Nacido en Nueva Jersey en el seno de una familia judía, la infancia de Ginsberg estuvo marcada por los problemas mentales que sufría Naomi, su progenitora. Para colmo y escándalo de todo buen americano de barras y estrellas en la puerta de casa, Naomi estaba afiliada al partido comunista americano y solía llevar a sus hijos a los mítines. Las dudas y los altibajos en el hogar acabaron por conformar una personalidad algo inestable. Y si bien Ginsberg creció admirando a poetas como William Blake y Walt Witman, también lo hizo teniendo alguna alucinación tal y como le sucedió a los 22 años. Ni más ni menos, Ginsberg creyó que William Blake en persona le estaba recitando "Ah sunflower" y otros dos poemas. Este hecho significó un punto y aparte en la vida de Ginsberg y posteriormente intentaría a través de las drogas revivir aquel éxtasis existencial. A pesar de tener una infancia complicada, el joven poeta encontró en la escritura su vía de escape. Aunque sus intereses iban mucho más allá. Uno de ellos era el budismo. Ginsberg, quien también había viajado por las carreteras americanas tal y como lo estaba haciendo Kerouac, se trasladó a mediados de la década de los cincuenta a San Francisco. Por entonces, la ciudad californiana ya tenía fama de urbe progresista y además contaba con una incipiente movida poética. Fue allí cuando Allen Ginsberg conoció a Peter Orlovsky, un joven de 21 años del que se enamoró. Atrás quedaron los intentos de Ginsberg por reconvertirse en heterosexual (aunque esto tampoco fue un obstáculo para haber sido el amante de Neal Cassady, una relación que Kerouac desaprobaba más que nada porque no era demasiado gay-friendly). La pareja empezó a leer sutras a todas horas y Ginsberg quedó francamente emocionado por esas ideas que hablaban de paz espiritual. También en San Francisco, Ginsberg se animó a realizar recitales en cafés o en otros espacios como la Six Gallery. En estos acontecimientos, Ginsberg interpretaba sus versos vitales, críticos, pero sobretodo, directos. Y lo hacía ante una audiencia que poco a poco iba creciendo. Sus influencias eran en el jazz, las drogas, la política y el budismo. Y su público eran jóvenes universitarios y bohemios. Puede que bastante gafapastas. Su recital más famoso fue uno celebrado en 1955 que se bautizó como "Six poets at the Six Gallery". O lo que es lo mismo, seis poetas de influencia beat (Ginsberg, Phil Lamantia, Michael McClure, Gary Zinder y Philip Whalen) recitando poemas en la Six Gallery. En este recital, al que acudió Kerouac, Ginsberg leyó por primera vez su célebre poema "Aullido". Y, lógicamente, estalló la locura y el escándalo. Porque una poesía que empieza diciendo "He visto los mejores cerebros de mi generación destruidos por la locura, famélicos, histéricos, desnudos arrastrándose de madrugada por las calles de los negros en busca de un colérico picotazo" tiene que dar que hablar. Ginsberg se convirtió rápidamente en la nueva gran promesa de la poesía pero, al igual que Kerouac, también tuvo problemas para editar su obra. Finalmente la pequeña editorial City Lights publicó en 1957 su obra Aullido, un libro de poemas divido entres partes. Con esta publicación, City Lights empezaría a publicar las obras de otros beats como Kerouac, William Burroughs, Lucien Carr e incluso Neal Cassady, quien también se atrevió con la escritura pero sin lograr demasiado éxito. La publicación de Aullido no supuso el fin de los problemas de Ginsberg. Al contrario, al poco tiempo de salir a la venta la obra fue acusada de obscenidad por un tribunal. Tras un largo proceso judicial en el que Ginsberg consiguió movilizar a escritores e intelectuales a favor de la libertad de expresión, la obra fue declaraba "no obscena". El ruido ya estaba hecho y los beats ya empezaban a catar la popularidad. Kerouac siguió escribiendo y publicó entre otras obras Los subterráneaos y Los vagabundos del Dahrma, una obra budista ambientada en San Francisco. Al mismo tiempo, el escritor veía como su obra En el camino se iba convirtiendo poco a poco en un referente entre los jóvenes. De hecho, muchos de ellos decidieron imitar a Kerouac y a Cassady y se lanzaron a cruzar Estados Unidos a bordo de coches alquilados. Por su parte, Ginsberg escribiría en 1961 Kaddish y otros poemas, un claro homenaje a su madre recientemente fallecida. Pero si por algo destacó Ginsberg (aparte de por ofrecerse como cobaya para un experimento a base de LSD) fue por su crítica política. El poeta estaba en todas las manifestaciones y manifiestos en contra de la guerra del Vietnam y apoyaba a Martin Luther King. Así que 1973 decidió publicar otra de sus obras imprescindibles, la crítica La caída de América. El título lo dice todo. Por entonces Ginsberg se codeaba con gente como Bob Dylan y personajes como Tom Waits, Hunter S. Thompson, Ken Kesey y Charles Bukowski reconocían la influencia de los beats en sus obras. Pero ¿qué hacía William Burroughs?

Volvamos Ginsberg. Al mismo tiempo que el poeta publicaba en 1957 Aullido, William S. Burroughs estaba pasando una temporada bastante agitada en Tánger. Lo de agitada es un eufemismo para decir que en la ciudad marroquí Burroughs se pasaba el día drogado a base de bien aunque también le quedaba algo de tiempo para escribir. Lógicamente, en semejante estado mental y físico, lo que salía de sus textos no era más que el fiel reflejo de un yonqui en plena fase autodestructiva pese a que para Burroughs la destrucción fuese su forma de vida durante al menos cincuenta años. De su período puestísimo en Tánger nació en 1959 su novela más conocida, El Almuerzo Desnudo, una obra psicotrópica, sin sentido y un auténtico reto para quien decida leérsela entera.

Años después y más recuperado, Burroughs escribió una introducción en la que comenta su particular proceso de escritura durante aquellos días en Tánger. Burroughs explica: "Desperté de La Enfermedad a los cuarenta y cinco años, sereno, cuerdo y en bastante buen estado de salud, a no ser por un hígado algo resentido y ese aspecto de llevar la carne de prestado que tienen todos los que sobreviven a La Enfermedad... La mayoría no recuerdan su delirio al detalle. Al parecer yo tomé notas detalladas sobre La Enfermedad y del delirio".

Resulta curioso observar como un hombre que había nacido en Saint Louis y en el seno de una familia acomodada (el abuelo de Burroughs había inventado una calculadora que, con las debidas modificaciones, posteriormente se convirtió en una caja registradora) decidiera vivir rodeado de drogadictos, prostitutas, pequeños delincuentes, escritores medio chalados y, en definitiva, a lado de toda una fauna que escandalizaría al más pijo entre los pijos. Pero Burroughs siempre fue diferente pese a graduarse en literatura inglesa ni más ni menos que en Harvard.

Tras que el ejército le impidiera reclutarse porque había perdido la falange de un dedo, Burroughs se estableció en Nueva York y allí fue donde conoció a Kerouac y a los demás beats. Por aquel entonces Burroughs ya tenía claro que era bisexual y que le gustaban los bajos fondos: los trapicheos, la falsificación de recetas o los pequeños hurtos eran sus compañías habituales. Cuando William se metía en algún problema, algo común, el dinero de su familia servía para rescatarle. También le gustaba escribir aunque tardó bastante tiempo en crear su carrera literaria. Su primera novela Yonqui se publicó en 1953 en parte gracias a que Allen Ginsberg le había animado para que escribiese algo. Ginsberg seguramente pensó que un tipo tan impredecible como Burroughs tendría bastantes cosas que contar.

Fue en Nueva York donde conoció a Joan Vollmer, una amiga de la primera mujer de Kerouac que, rápidamente y por influencia de un círculo social bastante narcótico, se enganchó a las anfetaminas y a Burroughs. Fueron pareja, tuvieron dos hijos y ambos se dedicaron a vivir por el lado salvaje de la vida en compañía de Kerouac, Ginsberg, Cassay & Co. Pero en una fiesta celebrada en 1951 en Mexico D.F. William S. Burroughs decidió imitar a Guillermo Tell. No está claro si fue Burroguhs quien puso un vaso sobre la cabeza de su compañera o si fue la propia Joan. Pero lo que si que está claro es que Burroughs no le dio a la diana correcta y pasó 13 días en una prisión de la capital acusado de matar a su mujer. Una vez más, el dinero de su familia compró la libertad del loco Bill quién aprovechó la ocasión para viajar hasta llegar a Tánger.

La muerte de Joan supuso el espaldarazo definitivo para que Burroughs decidiera continuar con su carrera literaria. El escritor consideró que tras la muerte de Joan lo único que podía hacer era plasmar en un papel sus experiencias. Y de ahí nacieron obras como la ya citada El Almuerzo Desnudo, El Exterminador,Las cartas de la Ayahuasca, una obra que recoge la correspondencia entre Burroughs y Ginsberg o Ciudades de la Noche Roja. En los 70, Burroughs volvió a Estados Unidos y fue entonces cuando pasó de ser un tipo marginal y se convirtió en un icono para artistas como Patti Smith, Andy Warhol, la fotógrafa Susan Sontag y o los Sex Pistols entre otros.

Más adelante, en los noventa, Kurt Cobain, por ejemplo, quiso poner música a poemas de Burroughs. Y es que Burroughs siempre fue un hombre que arrastraba tras de sí una leyenda maldita espectacular y, además, nunca dejó de hacer lo que se esperaba de Burroughs: escribir y tomar drogas. Era un punk por sistema. La Generación Beat creció en Estados Unidos y fue un referente literario, pero también en cierto modo cultural, hasta que en 1968 la Era de Acuario se apropió de muchos de los tabúes y de las ideas de Kerouac y los suyos y se encargó de eclipsar las largas carreteras estadounidenses a base de florecitas en el pelo. Los beats, sin embargo, mantuvieron en cierto modo su popularidad. Kerouac apenas la pudo disfrutar ya que murió en 1969 a causa de unas complicaciones derivadas su elevado consumo de alcohol. Ginsberg seguiría dando guerra hasta 1997. Y ese mismo año, unos meses después y quizás como última jugarreta, William S. Burroughs fue el último de los más famosos beats (a parte de los padres de Ned Flanders) en despedirse del mundanal ruido. El largo viaje a través de carreteras polvorientas, sin duda, había dado mucho de sí.

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