Lidya Lunch en el ruido contemporáneo


Por:Hermann Bellinghausen
No sólo hay una decandencia de la cultura. También hay una cultura de la decadencia. En nuestro medio literario, tan reprimido y conservador, los abismos son mal vistos, se disimulan, y nunca los acoge el canon dominante. Por ejemplo, los poetas infrarrealistas, que soplaron en los años del boom petrolero y paciano, serían un secreto olvidado sin las novelas célebres de Roberto Bolaño y sus detectives salvajes.

En Estados Unidos el abismo sí ha tenido una importancia energética y con frecuencia subversiva. Bueno, también se trata de un país donde florece una brillante narrativa del crimen. Les encanta el delito y los sicóptas, sin tranquilizadores matices tipo Robin Hood.

Pero aquí se habla de otra cosa. El paradigma del artista maldito data de la Francia decimonónica, en la evolución del romanticismo a la inmolación antes que caer en garras de la tradición. Algo de esa fiebre de opio y ajenjo infectó a ciertos modernistas porfirianos, pero siguen siendo una mancha en el mantel de lino de nuestras letras.

El individualismo romántico llegó al siglo XX y se encontró muy a gusto en la cultura estadunidense, la del individuo. Su espacio paradigmático sería Sodoma y Gomorra-Nueva York. La idealización gringa del outlaw data de la conquista del Viejo (?) Oeste y Billy the Kid. El aporte definitivo lo hicieron los beatniks. Simpáticos precursores del hip rocanrolero a partir de los años 60 y de la llamada contracultura, dieron legitimidad transgeneracional a la transgresión en nombre de la libertad, donde la desvergüenza es aportación personal de William S. Burroughs.

Y aun allí existen abismos más profundos. Es en Herbert Selby Jr. y Jerry Stahl, dos incómodos autores extremos, y no en otros más digeribles, como Charles Bukowski (a quien parodia malévolamente), en quienes reconoce sus ancestros Lydia Lunch.

El volumen autobiográfico Will Work for Drugs concluye con entrevistas de la autora a estos dos tipos de cuidado. De Selby nos dice: “Nacido en 1928 en las Badlands de Brooklyn, le plantó un nuevo tipo de culo al rostro de la literatura con su novela Última salida a Brooklyn. Publicada en 1964 y llevada al cine (Uri Edel, 1989), sigue siendo uno de los más impactantes e influyentes trabajos de la literatura estadunidense. Con cada nueva obra maestra –El cuarto, El demonio, Réquiem por un sueño (también película, casi insoportablemente cruda, de Darren Aronofsky, 2000), Canción de la nieve silenciosa y El sauce, Selby lanzó a sus lectores a tormentas emocionales, donde obsesión, violencia y locura colorean las cicatrices que testimonian lecciones de vida aprendidas a la mala”.
A Jerry Stahl agradece haberle devuelto la fe en la escritura contemporánea. Y celebra: “Su memoria Medianoche permanente detalla uno de los más espantosos e hilarantes viajes jamás publicados al interior de la degeneración y la drogadicción. Se siguió con Perverso: una historia de amor, divertido manotazo en el vientre (a expensas de su propia hombría), crónica de acobardantes escenarios de sexualidad pubescente y encuentros románticos fallidos, fracturados o simplemente jodidos”.

Lunch incluye en su personal genealogía al director teatral Ron Athey (también entrevistado), quien de niño fue un célebre freakshow explotado por su monstruosa madre, pues a través suyo hablaba Dios. La pubertad lo hundió en la depresión autodestructiva y el sadomasoquismo. Sobrevivió para crear un verdadero teatro de la crueldad, redención que nunca logró Antonin Artaud.

Estos autores entrecruzan placer y dolor, sexo y muerte. Son la estirpe literaria de Lunch, mejor conocida como intérprete musical desde los 16 años con la banda del llamado movimiento no wave Teeneage Jesus and The Jerks, hasta su disco EP con Omar Rodrígez-López (de Mars Volta) en 2008. Ha trabajado para Nick Cave and The Bad Seeds (y con Cave publicó un relato ilustrado en los años 80), Sonic Youth, los alemanes de Einstrüzende Neubaten y otros maestros del ruido contemporáneo.

Su bibliografía incluye un viejo volumen de poesía en colaboración con la diva del country punk Exene Cervenka (Adúlteras anónimas, 1982), varias historietas y cuatro obras narrativas: Amnesia, Paradoxia (comentado aquí la semana pasada), The Gun Is Loaded (2008) y Will Work for Drugs (2009).

Sin embargo, su verdadera pasión brota con elocuencia más inmediata en las decenas de canciones y monólogos que compone y vocifera desde 1976, por fuera del mainstream de la cultura y el espectáculo, pero presente, ineludible, memorable.

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